El invierno era riguroso. La pequeña Mina, hija única de padres ricos y generosos, recogía las migajas de pan que habían caído de su mesa y las guardaba cuidadosamente; luego iba dos veces al día al jardín y esparcía esas migajas en el suelo; entonces los pajarillos venían y se las comían. Pero la mano de la pequeña estaba roja y temblorosa de frío.
Sus padres la sorprendieron un día y, regocijándose de verla hacer esta buena acción, le preguntaron:
- ¿Por qué haces eso, Mina?
- Es que -respondió la hijita- todo está cubierto de nieve y de hielo; los pajarillos no pueden encontrar nada para comer y por eso yo les doy de comer como vosotros dais de comer a los pobres que están necesitados.
- Pero -dice el padre- ¡tú no puedes dar de comer a todos los pájaros!
- Papá -dice entonces Mina- ¿todos los niños no hacen como yo por toda la tierra? ¿Todos los ricos no hacen como tú y mi buena mamá?
El padre miró a la madre sonriendo y dijo bendiciendo a Dios en su corazón:
- ¡Oh celestial inocencia!
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