con el niño que cuida mis vacas.
En el valle tendió para ambos
el rapaz su raquítica manta
y se quiso quitar -¡pobrecillo!-
su blusilla y hacerme almohada.
Una noche solemne de junio,
una noche de junio muy clara...
Los valles dormían,
los búhos cantaban,
sonaba un cencerro,
rumiaban las vacas.
Y una luna de luz amorosa,
presidiendo la atmósfera diáfana,
inundaba los cielos tranquiles
de dulzuras sedantes y cálidas.
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